Don Juan y Doña Inés

Don Juan y Doña Inés

«¡Silencio, mi bien, silencio!»
Murmura Juan consternado,
«¡Peligra nuestro contento
si nos hallan en penumbra!»

Lo conduce presuroso
a un oscuro confesonario,
Y ocultos en ese antro umbrío,
se miran con deseo ardiente.

«¡Ay, mi Doña Inés!», susurra Juan,
«cuánto ansiaba este momento,
teneros aquí para mí,
decir que os quiero y que os quiero!

La estrecha Doña Inés callada,
temiendo que los descubran,
pero sus besos ansiosos
revelan su eterno anhelo.

Suenan pasos, llegan voces,
mas siguen los dos amantes
tomados de las dos manos
y con el pecho latente.

El peligro no aminora
de ese amor la intensa llama.
¿Continuará su aventura
cuando se vayan las monjas?

Don Juan

«¡Callad, mi dulce paloma,
no temáis, que soy caudillo!
Nadie versa al gran Tenorio
con su amada y sale vivo.

En mis brazos estáis segura,
pues yo os cubro con mi manto.
¿No veis en mi pecho el fuego
que por vos se enciende bravo?

Las monjas que vienen y van,
¿qué pueden contra este encanto?
Si supieran del Edén
que yace aquí en lo oculto y guardo.

¡Ay! ¡Cómo brilla la luz
en vuestros ojos que callo!
Dadme un beso, vida mía,
matadme de amor ya un rato.

Que después, os lo prometo,
cuando el silencio sea máximo,
os robaré de este encierro
y huiremos lejos entrambos.

Y entonces sí, mi paloma,
entre delicias y halagos,
¡todo el amor y el placer
probaremos sobrecargos!

Así la tranquiliza Don Juan,
prometiéndole océanos,
de pasiones y deleites
si ella sigue a su lado.

Doña Inés

Basta ya de galanterías,
que en vano queréis seducirme.
Vuestras dulces palabras, Don Juan,
de nada sirven conmigo.

Muchas promesas me habéis hecho,
de llevarme a vuestro nido,
de darme vuestro gran amor
y cumplir cada capricho.

Mas sé muy bien lo que buscáis
y eso jamás lo conseguís.
Sois famoso por embaucador,
rompecorazones maligno.

Conozco bien vuestras artimañas
y el juego que habéis traído.
Pero a mí no me engañaréis
con trucos ya repetidos.

Así que, Don Juan Tenorio,
buscad otro desvarío.
Que Inés no será una más
en vuestro largo historial».

Así responde, muy digna,
la ilusa a quien pretendió.
¿Cederá al fin al amor
o le dará calabazas?

Don Juan

Atónito queda el galán
ante la dama altanera
que con valor le hace frente
y no tolera vilezas.

«Señora, os pido perdón,
no quise ofender, os ruego».

«Las disculpas no me bastan,
debe enmendarse, buen hombre».

«Decidme qué debo hacer
para ganar vuestro aprecio,
haré lo que me pidáis,
os lo juro por San Pedro».

Lo mira la dama entonces
como midiendo al sujeto.
«Seréis mi paje un mes entero
sin descanso ni sosiego.

Y si cumplís el castigo
sin una queja siquiera,
podré pensar el perdón
de tan grave fechoría».

Humillado pero anuente
acata Don Juan la pena.
¿Logrará la redención
o caerá en la vileza?

Doña Inés

Don Juan, os habéis propasado,
ultrajadme sin premura
creyendo que a vuestro antojo
sería una presa fácil.

Mas no conocéis, galán,
de esta dama la pujanza.
No soy ninguna doncella
temerosa y acobardada.

Con valor os hice frente,
con firmeza y arrogancia,
pues no tolero el abuso
de ningún hombre en mi casa.

Pensasteis que era un juguete
para vuestra extravagancia,
que rogaría vuestro afecto
rendida a vuestras palabras.

Mas os habéis equivocado,
pobre iluso sin templanza.
No conseguiréis jamás
doblegar mi férrea alma.

Así que ya estáis marchando
lejos de mi mirada.
No quiero veros de nuevo
cerca de mi misma estancia.

De esta forma Doña Inés responde
al mujeriego sin tardanza,
dándole gallarda y firme,
sin darle ninguna chanza.

Don Juan

«¡Válgame Dios, qué fiereza!
Quién os viera tan altiva
diría que sois princesa
venida de extraña tierra.

Mas ya os conozco, señora,
sois la divina Inés que encierra
en su pecho la pasión
que también mi pecho llena.

¿Por qué con tal dureza
rechazáis así mi oferta?
¿No veis que ardo en llamas por vos
y el corazón se me quiebra?

¡Ay! Mi dulce palomita,
no seáis conmigo tan fuerte,
que si no me dais vos vida,
en triste muerte perezca.

¡Apiadaos de este truhan
que rendido a vuestros pies yace!
Dadme tan solo esperanzas
de algún favor, aunque sea pequeño.

Que si vuestro amor me otorgáis,
seré mejor, lo prometo por mi fe.
Dejad los enojos, os ruego,
¡y sed para mí la gloria terrena!»

Así le suplica Don Juan,
con palabras dulces y obsequiosas,
prometiendo la enmienda
si ella le da una chance.

Doña Inés

Basta ya, os lo suplico,
no insistáis más en vano.
Mi voluntad es firme
cual roca en escarpado.

Vuestras dulces palabras
resbalan por mis oídos.
Son trucos conocidos
de un tenorio piruétano.

Mi corazón no os pertenece,
ni mi cuerpo delicado.
Son de Dios, son de la Iglesia,
no de un hombre mundano.

Así que ahora, Don Juan,
os pediré como encargo
que salgáis de este lugar
y no volváis jamás.

No rendiréis mi castillo,
aceptadlo de buen grado.
Volveos ya al mundo vil
y buscad otro descanso.

Que Inés elige por esposo
a otro hombre más sensato.
¡Adiós, gran Tenorio!
¡Salid ya de este sagrario!»

Con estas duras palabras,
Doña Inés su pecho ha mostrado.
Rechazando al gran burlador
quien sale dolido hoy callado.

Don Juan Tenorio

Don Juan Tenorio, el galán
que de mujeres era un tirano,
no murió en la noche de los muertos,
sino solo y asustado.

En el convento de las Trinitarias
se encontró con Inés, su amada,
pero ella lo rechazó,
y se fue con otro ingrato.

Don Juan se sintió humillado,
y su corazón se partió en dos.
Se dio cuenta de que su vida
había sido un error.

Ya no era el mismo seductor,
ahora era un hombre derrotado.
Se refugió en la bebida,
y en la oscuridad de la noche.

Pasó los días y los años,
en soledad y tristeza.
Su alma se marchitó,
y su cuerpo se debilitó.

Un día, Don Juan murió,
pero su historia no terminó.
Su leyenda sigue viva,
como un ejemplo de los peligros
de la arrogancia y la desobediencia.

Epílogo

Don Juan Tenorio fue un personaje complejo,
que representó las dos caras de la humanidad:
el bien y el mal, la luz y la oscuridad.

Su historia es una advertencia,
sobre los peligros de vivir una vida sin valores.
Nos enseña que siempre hay consecuencias
para nuestros actos, por muy pequeños que sean.

©Natuka Navarro

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