
El Despertar Del Valle
La neblina matinal aún envolvía el valle cuando Margarita salió a su huerto. El rocío perlaba cada pétalo mientras el sol comenzaba a asomarse tras los picos nevados. Una brisa suave traía el rumor del río y el trinar de los pájaros que saludaban el nuevo día.
Margarita cerró los ojos y aspiró el perfume de las flores que había plantado con tanto esmero. Pronto llegarían las abejas a libar su néctar, ayudando a esparcir la vida que yacía en forma de semillas. Ella también era como esas incansables obreras, diseminando belleza por el valle con el fruto de sus manos.
De súbito, los primeros rayos de sol iluminaron el huerto explosión de colores. Margarita sonrió ante ese espectáculo que se repetía cada mañana, pero que nunca dejaba de maravillara. Era como ver el mundo nacer de nuevo, despojándose de su manto de sombras.
Con energías renovadas, se dispuso a recolectar las hortalizas y frutas que compartiría con los pobladores del valle. Sentía orgullo de poder brindarles los frutos de esta tierra generosa que todos trabajaban por cuidar. Las semillas que ellos plantaban reverdecían el paisaje y alimentaban el cuerpo; ella sembraba flores para el espíritu. Juntos tejían la armonía de la vida.
Cargada con su canasta repleta de dones, Margarita emprendió el camino hacia el pueblo. El aroma de las flores la envolvía como un manto de bendiciones. Ella era solo un instrumento para esparcir la belleza que había recibido. Y así caminaba, con el corazón rebosante de gratitud.
©️Natuka Navarro