Ramona, una Mujer Diferente
Capítulo 1
En el tranquilo pueblo donde residía Ramona, la comunidad se caracterizaba por la familiaridad entre sus habitantes, reinando la paz basada en la confianza y el mutuo respeto. Aunque generalmente tolerante en cuanto a las costumbres, como es común en todos los lugares, también existían chismes, cuchicheos y envidias que formaban parte de la naturaleza humana. Como se suele decir, «en todos los sitios cuecen habas,» y este pueblo no era la excepción.
Ramona, una mujer de constitución robusta, pelirroja de ojos marrones y con una nariz considerablemente prominente, se ganaba el apodo de «La casi guapa» en el pueblo. Su atractivo se encontraba en unos grandes ojos brillantes y penetrantes. Algunos la comparaban con su madre, mientras que otros la asociaban con su difunto padre, un hombre muy querido por todos.
Con costumbres inamovibles, Ramona llevaba a cabo la misma rutina diaria. Se levantaba a las ocho de la mañana, se aseaba y se dirigía a la churrería para disfrutar de su ración diaria de churros. Después, se enfundaba en el chándal regalado por su difunto padre y, acompañada de su caniche, emprendía su paseo matinal, siempre de una duración exacta de una hora.
Aunque la vida de Ramona resultaba monótona, ella no lo percibía así. Sus contradicciones mentales, a veces enfermizas, rozaban lo absurdo. Buscaba destacar y sentirse superior a los demás, pero al mismo tiempo padecía un complejo de inferioridad debido a su baja estatura y apariencia poco agraciada. Obsesionada con su imagen, torturaba su cuerpo con fajas y se sometía a rituales nocturnos para modificar su nariz. Su pelo también era objeto de constante insatisfacción, alternando entre rizos y rulos.
A pesar de su altivez y vanidad, Ramona temía el paso del tiempo. Evitaba los espejos en su hogar, ya que le recordaban su envejecimiento. Solo colgaba cuadros de paisajes y bodegones en las paredes de su casa, ocultando su obsesión por la juventud.
En su afán por destacar, Ramona necesitaba la atención de sus vecinos, aunque su actitud contradecía los valores de convivencia, respeto mutuo y libertad que proclamaba. En la soledad de su hogar, acompañada únicamente por su caniche, Ramona se enfrentaba a las consecuencias de su propia altivez y vanidad.
Mientras se sentaba en su cuarto de estar, reflexionando sobre su vida, un destello del pasado cruzó por su mente. Recordó una época cuando era joven y se preguntó qué hubiera ocurrido si no hubiera rechazado a su primer novio. Con la cabeza recostada en el sillón de su difunto padre, Ramona elevó la mirada al cielo, perdida en sus pensamientos.
©Natuka Navarro