«Con hache, Intercalada»

«Con hache, intercalada»

Érase una vez un señor que decidió escribir un libro sobre su vida.
Lo escribió con toda el alma, sin miedo ni comas.
Cuando lo terminó, lo mandó a una editorial, con tanta ilusión como faltas de ortografía.

El editor, muy serio, le devolvió el manuscrito y le dijo:
—No podemos publicarlo. Tiene muchas faltas… ¡en una sola línea!

A lo que el buen hombre respondió:

—Pues mire usted, señor editor… así es mi historia. Y así la quiero contar.

—Pero es que tuve que dejar de leer desde la primera falta —le insistió el editor.

—¿Y eso qué tendrá que ver? —replicó el autor—. No sé si mi historia será buena o mala, pero yo, cuando hablo con la gente, no voy diciendo: “¡Cuidado, que esa palabra se escribe con h intercalada!”

¿Usted, por ejemplo, cuando dice adiós, le pone la h?
¿Y ola del mar? ¿Con h o sin h?

Pues verá, señor editor, todas las palabras que empiezan por vocal se escriben con h, porque lo he decidido yo.
¡Vea usted que soy muy inteligente!

El editor lo miró con los ojos como huevos duros y respondió:
—Qué barbaridad… se ve que no estudiamos en el mismo sitio, señor.

«Con hache, intercalada» no es solo una errata.
Es la historia de alguien que escribe como siente:
sin filtro, sin permiso… y con toda el alma.

«La historia, con h intercalada»

Era verano. Un hombre, serio y convencido, vino a mí con un manuscrito bajo el brazo.
—Quiero publicar mi historia —me dijo—, pero me han dicho que tiene muchas faltas de ortografía.
Yo, que escribo con el alma y corrijo con el corazón, acepté ayudarle. Sin cobrarle nada.
Así empezaron dos años de correcciones, idas y venidas de texto, paciencia y más paciencia.
Le mandaba el manuscrito corregido.
Él lo imprimía, lo llevaba a sus amigos…
y sus amigos le decían que seguía teniendo faltas.
Hasta que un día, ya agotada de tanto ir y venir con la tilde y la coma, le dije con suavidad:
—Mira, no te cobro nada por revisar tus escritos… pero haz tú las correcciones. Ya no puedo más.
Y entonces, con toda la naturalidad del mundo, él me contestó:
—No te preocupes. Las faltas ya me las ha corregido la Intelecta.
Yo lo miré perpleja.
—¿La intelecta?
—Sí —dijo él, muy serio—. Pero nadie la entiende.
Y así terminó la conversación.
Y también nuestra historia editorial.
Y yo pensé, bajito:
La historia la puede escribir cualquiera… pero corregir con sentido común y gratitud… eso lo hace el alma.

(Escribo Para Que El Silencio No Duela.)
Natuka Navarro – Luna Poetiza

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