
Érase una vez en un país de la nada, donde todo era posible y nada tenía sentido. Un día, un joven llamado Nada decidió salir a explorar el mundo y ver qué maravillas podía encontrar. Se puso su sombrero de nada, cogió su mochila de nada y se montó en su bicicleta de nada. Pedaleó y pedaleó hasta que llegó a un bosque de nada, donde vio un árbol de nada con una puerta de nada. Curioso, abrió la puerta y entró en el árbol. Allí se encontró con una anciana de nada que le dijo: - Hola, Nada. Bienvenido a mi casa de nada. ¿Qué buscas? - No lo sé -respondió Nada-. Solo quiero ver cosas nuevas y divertidas. - Pues has venido al lugar adecuado -dijo la anciana-. Aquí tengo un montón de cosas de nada que te pueden gustar. Mira, este es un libro de nada que cuenta historias de nada. Este es un reloj de nada que marca la hora de nada. Este es un pastel de nada que sabe a nada. - ¡Qué interesante! -exclamó Nada-. ¿Puedo probar el pastel? - Claro -dijo la anciana-. Pero ten cuidado, porque si comes demasiado te puedes convertir en nada. - No pasa nada -dijo Nada-. Yo ya soy nada. Y así fue como Nada se comió el pastel de nada y se convirtió en más nada. La anciana de nada se quedó muy triste y le dijo: - Adiós, Nada. Te Y cerró la puerta de nada del árbol de nada te echaré de menos. . Fin. ©Natuka Navarro
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