Había un hombre muy perezoso
Que nunca quería hacer su trabajo
Un día su jefe le preguntó:
«¿Por qué no haces nada en todo el día?»
El hombre respondió con rapidez:
«No es que no haga nada, jefe
Simplemente estoy en un estado zen
Trabajando en la paz interior».
El jefe, sorprendido, se quedó sin palabras
Pero luego pensó con astucia:
«Si este hombre puede encontrar la paz en el trabajo
Debería aumentar su sueldo, es lo justo».
Así que el hombre perezoso recibió un aumento
Y ahora trabaja en un estado de paz perpetua
Moraleja del chiste para recordar:
A veces, la pereza también puede ser una virtud.
El Perro Guitarrista
Había una vez un perro muy inteligente,
que quería aprender a tocar el piano correctamente.
Así que se sentó en el taburete con gran interés,
y empezó a tocar una melodía con su nariz.
Los vecinos se asombraron al oír el sonido,
pues el perro tocaba con gran destreza y agrado.
Incluso los gatos se acercaban a escuchar,
y se quedaban a disfrutar del concierto sin parar.
Pero un día, al llegar a casa, el dueño del can
lo encontró mordiendo las teclas sin control ni plan.
«¡No, no, no!» gritó el hombre, muy disgustado,
«No es así como se toca el piano, ¡estás equivocado!»
El perro lo miró con gran tristeza en su mirada,
pues no entendía qué había hecho mal en su andada.
Así que decidió cambiar de instrumento, sin más,
y se fue a estudiar la guitarra con gran capacidad.
Moraleja del chiste que les he contado,
es que cada uno tiene su propia habilidad.
Y aunque el perro no supo tocar el piano,
en la guitarra encontró su verdadero encanto.
El Loro Parlanchín
Había una vez un loro muy parlanchín,
que siempre estaba diciendo cosas sin fin.
Un día, su dueño decidió llevarlo al bar,
para que el loro pudiera socializar.
El loro, emocionado, empezó a hablar sin cesar,
contando chistes y anécdotas sin parar.
Pero nadie en el bar parecía estar interesado,
y el loro se sintió un poco decepcionado.
Así que decidió cambiar su táctica,
y empezó a imitar a la gente con gracia.
Hizo la voz del cantinero con gran habilidad,
y luego la del cliente más asiduo con gran veracidad.
Todos en el bar se quedaron sorprendidos,
y empezaron a reír sin cesar divertidos.
El loro, feliz por su éxito rotundo,
se quedó en el bar hasta el último segundo.
Moraleja del chiste que acabo de contar,
es que a veces hay que cambiar la forma de actuar.
Y aunque el loro era parlanchín por naturaleza,
con su ingenio y gracia se ganó la gentileza.
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