
Parece ser un fragmento de un libro de filosofía sobre la voluntad en la naturaleza, basado en el pensamiento de Compilado por Lucio Flavio Arrio hacia año 135 DC
Traducido de la versión inglesa de Elizabeth Carte.
«Expone que debemos aceptar los acontecimientos de la vida con ecuanimidad, sin dejarnos llevar por el dolor o el placer, ya que son manifestaciones de la voluntad universal que rige el mundo. Así, debemos reaccionar de la misma manera ante la muerte de un hijo propio o ajeno, o ante la rotura de una copa propia o ajena, reconociendo que son parte del destino humano.»
Una cálida tarde de verano, en un pequeño pueblo rodeado de hermosos campos verdes, vivía un anciano llamado Gabriel. Gabriel era conocido por su sabiduría y su profunda comprensión de la vida. Siempre se le veía sentado en su porche, observando con serenidad el ir y venir de las personas.
Un día, un joven llamado Alejandro, intrigado por la reputación de Gabriel, decidió acercarse y entablar una conversación. Sentado a su lado, Alejandro comenzó a hacer preguntas sobre el sentido de la vida y cómo enfrentar los altibajos que ésta presenta.
Gabriel, con una mirada serena, comenzó a contarle una historia:
«Hace muchos años, en este mismo pueblo, vivía una familia de granjeros. El padre de familia, Pedro, era un hombre sabio y resiliente. Pasaban sus días trabajando en los campos, cultivando la tierra con amor y dedicación.
Un día, una terrible tormenta azotó la región. Los vientos fuertes y la lluvia torrencial causaron estragos en los cultivos de Pedro. Sus cosechas fueron arrasadas y su ganado sufrió grandes pérdidas. Pedro enfrentó esta adversidad con una calma sorprendente, reconociendo que los caprichos de la naturaleza formaban parte de la vida misma.
Pero, en ese mismo pueblo, vivía otro granjero llamado Martín. Martín era conocido por su temperamento impetuoso y su dificultad para aceptar las dificultades de la vida. Cuando la tormenta destruyó sus cultivos, Martín se enfureció y lamentó su mala suerte. No podía comprender por qué la naturaleza era tan despiadada con él.
Tiempo después, Pedro y Martín se encontraron en la plaza del pueblo. A pesar de las dificultades que habían enfrentado, Pedro irradiaba una paz interior, mientras que Martín seguía atormentado por la adversidad. Pedro le dijo a Martín: ‘Hermano, la voluntad de la naturaleza es indescifrable. Debemos aprender a aceptar lo que nos brinda con ecuanimidad, sin dejar que el dolor o el placer nos dominen’.
Martín, intrigado por las palabras de Pedro, comenzó a reflexionar sobre su actitud ante la vida. Se dio cuenta de que había estado viviendo en un estado de constante frustración y amargura. Decidió cambiar su forma de pensar y empezar a ver las cosas desde una perspectiva más positiva y agradecida.
Así fue como Martín aprendió a vivir en armonía con la naturaleza y consigo mismo. Y así fue como Pedro le enseñó a Martín el secreto de la felicidad.»
Gabriel terminó su historia y miró a Alejandro con una sonrisa. Alejandro se quedó pensativo y agradeció a Gabriel por compartir su sabiduría con él.