«La Sombra de X»
El Espía de los Versos X y sus Ecos
En los rincones más silenciosos y luminosos de la internet, donde las palabras bailaban y los versos florecían, existía un edén para los amantes de la poesía. Foros, blogs y comunidades virtuales eran el refugio de almas que buscaban compartir la belleza de sus creaciones. Pero este paraíso tenía su sombra, una entidad sin rostro, sin género, sin forma definida, conocida solo por una letra: X.
Nadie conocía a X. Su avatar era un misterio: a veces una esfera sin brillo, otras un cuadrado opaco, o simplemente una línea difusa que cortaba el aire digital. No había foto, ni un nombre real, solo esa enigmática inicial que se arrastraba como una plaga. X no era humano, o al menos así parecía; su comportamiento era el de un doberman entrenado para atacar sin piedad, un verdugo de la musa.
Su método era siempre el mismo, cruel y sistemático. En cuanto un poeta, nuevo o veterano, publicaba sus versos con la ilusión de ser leído, aparecía X. No había crítica constructiva, no había un «me gusta» o «no me gusta». Solo la sentencia fría y despectiva: «Eres muy malo, vete. Dedícate a los números. Deja de ensuciar este espacio.» Su veneno digital se esparcía, secando la inspiración de quienes se topaban con él.
Muchos poetas desaparecieron. ¿Cuántos se rindieron ante la insistencia de X? Cientos, quizás miles. El rastro de sus cuentas inactivas era el cementerio de una estrategia macabra. X no quería poetas; quería un silencio, un vacío, un mundo sin la «molestia» de la creatividad. Su objetivo era desmantelar la comunidad literaria, y lo lograba con cada insulto, con cada embate.
Pero X no estaba solo en su cruzada. Aunque invisible para muchos, tenía a sus fieles compañeros, sus ecos. No eran entidades tan activas como él, pero su presencia era un refuerzo silencioso, un asentimiento tácito a la tiranía. Había el Espejo Sombreado, que replicaba los comentarios de X con ligeras variaciones, amplificando el desprecio. Estaba el Silencio Asentido, que nunca escribía, pero su presencia constante en los hilos de los atacados era un peso, una confirmación muda de la condena. Y por último, el Velo de Ignorancia, un grupo de usuarios que, o bien eran bots, o bien estaban tan adoctrinados que defendían a X indirectamente, desviando la conversación o minimizando el daño.
Un día, un joven poeta, recién llegado al foro, publicó un serventesio cargado de esperanza. «El cielo azul, cual lienzo de ilusión, / los versos vuelan libres, sin barrera, / el alma canta su mejor canción, / y la palabra encuentra su rivera.» Al instante, apareció la línea difusa de X. «¡Basura! ¿Quién te crees que eres? Vete. Esto no es para ti.» Pero esta vez, algo fue diferente. El joven poeta, que había oído historias de X, no se inmutó. En cambio, respondió con otro verso: «La voz del odio, eco sin razón, / no apagará la llama del poeta, / pues la belleza es pura devoción, / que con amor su propia luz proyecta.»
Fue un quiebre en la estrategia de X. El Espejo Sombreado titubeó, el Silencio Asentido pareció vibrar, y el Velo de Ignorancia se mantuvo extrañamente quieto. La audacia de ese nuevo poeta había expuesto la debilidad de X: su incapacidad para lidiar con una resistencia que no fuera el miedo. La historia de los foros literarios había tomado un nuevo rumbo, y el eco de la poesía comenzaba a resonar más fuerte que los susurros del espía.
soñar desde adentro y renacer día a día.
(Escribo Para Que El Silencio No Duela.)
Natuka Navarro – Luna Poetiza
