Los vientos fríos de la noche soplan a las ramas Y en ocasiones rompe las ramas ajadas; La lluvia de agua, en la llanura donde reposan los muertos,
A modo de mortaja extiende sus blancas sábanas a lo lejos.
Al borde del reducido horizonte, en una línea negra, El vuelo de los cuervos es largo y roza la tierra, Y los perros, cavando un túmulo solitario, huesos que repiquetean en el áspero césped.
He oído los gemidos de los muertos bajo la hierba arrugada. Ay, pálidos moradores de la noche sin despertar, Que recuerdo más amargo, perturbando tu sueño, hace brotar pesados gemidos de tus fríos labios…
¡Olvídalo, olvídalo! Se consumen sus vidas;
Varias arterias se vacían de sangre y se calientan. Así que, muertos, dichosos, son presa de los ávidos gusanos, Recuerda la vida en su lugar, ¡y duerme!
En sus lechos profundos, si puedo bajar, como un viejo convicto que ve caer sus grilletes, que me encantará sentir, libre de los males sufridos, ¡Aquello que era las cenizas comunes!
No obstante, ¡oh sueño! Los caídos guardan silencio en su noche. Es el movimiento del viento y el esfuerzo de los canes hacia sus pastos, Son tus suspiros apagados, naturaleza implacable. Es mi corazón ulcerado el que llora y gime.
Calma. El cielo es sordo, la tierra te desprecia. ¿De qué sirve tanto llanto si no se puede curar? Sé un lobo herido que guarda silencio para morir, Y come el cuchillo en su boca sangrante.
Otro tormento más, otro latido más. Entonces, ¡nada! La toma de muestras se abrirá, y un poco de carne caerá dentro; Y la grama del olvido, oculta muy pronto la cripta, En tanto que la validad crecerá indefinidamente…
©Natuka Navarro
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