
«Eterno Recuento»
Hoy, primero de noviembre, Día de Todos los Santos, la campana del tiempo, en España, tañe grave. No es solo un rito añejo que el calendario salve, es el alma del pueblo vestida de quebrantos y ofrendas que el otoño tiñe en vivos mantos.
Se abren puertas del luto, mas no para el dolor, sino para el recuerdo, ese cálido fulgor que enciende cada vela, cada crisantemo en flor. De la costa a la sierra, del austro al septentrión, el camino al camposanto se vuelve procesión.
Con flores y con pasos de pausada cadencia, vamos buscando nombres, borrando la ausencia en mármoles pulidos, la última residencia. El aire huele a incienso, a cera y a conciencia del ciclo que se cumple, sin vana resistencia.
Se adornan los altares, la luz es más intensa, pues hoy se hace presente la vida que fue inmensa. No es un día de olvido, sino de viva creencia en que la voz callada pervive y se condensa en cada gesto simple, en cada penitencia.
En la mesa de casa, el recuerdo es manjar, con huesos de santo que la boca ha de probar, y buñuelos de viento que saben a esperar. Es la dulce costumbre que nos enseña a amar lo que se fue, y sin embargo, no deja de estar.
Porque, dices bien, alma, en tu sentir tan claro: toda la vida es fiesta y es adiós, es un faro que alumbra en la negrura el sendero más caro. El que parte se lleva nuestro mejor reparo, y deja en la memoria un legado preclaro.
No es solo el calendario el que marca esta fecha, es el pulso constante de la vida que acecha detrás de cada sombra, en la senda más estrecha. Estamos recontando, desde la cuna y la brecha, los rostros que la brisa del tiempo ya ha deshecha.
Toda la vida, dices, es eterno recuento, un inventario de afectos, sin tiempo, sin lamento. Recordar es un acto de amor, de juramento a que ese ser amado, en todo pensamiento, siga dando su gracia y su noble sustento.
Hoy, fiesta de los vivos que honran a los que duermen, las almas que se fueron jamás se nos enferman. Su ejemplo es la simiente de la tierra que yerman, y aunque el cuerpo sea polvo, los lazos que nos ciñen la eternidad misma en su trama detienen.
Así sea, pues, la vida, un velorio constante, donde el dolor se vuelve recuerdo flameante. La muerte es solo un quiebre, no un punto culminante. Que sigamos contando, con fe perseverante, a los que han partido, con amor desbordante.
soñar desde adentro y renacer día a día.
Escribo Para Que El Silencio No Duela.
Natuka Navarro – Luna Poetiza
Código de registro: 2511013555138



